Era una nube pasando por mi distancia. Tan lenta que parecía que se iba a quedar conmigo. Nos miramos. Yo envidiaba su libre movimiento y ella mi reposo. En el mundo de nuestro mirar sólo existía el silencio. Solo en él éramos capaces de comunicarnos. Recuerdo el instante en el que paso un pájaro y la hizo bailar. Supe ahí que ella estaba contenta y que mi día, a partir de su presencia, solo podía ir a mejor.
Pasaban los días y volvía a mi encuentro. Vestida de formas diferentes, pero siempre ella. Yo lo sabía por su velocidad. Caminaba tan despacio por mi ventana que el viento la tenía que esperar. Me buscaba por mi quietud, hacía poco ruido al respirar. Yo era nube como ella.
Bárbara Cajigal 
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