Ahora que estoy en un barco sobre el río Nilo pienso en la belleza de esos momentos en que las horas descansan. El tiempo parece tan pacífico envuelto en parsimonia. La música es lenta y decido sentarme a observar la vida a mi alrededor. Fundirme con aquellas pocas cosas inmóviles, que no emiten ruido. Completa espectadora. Son tantas las formas de vida. Qué gran paradoja ausentarme de mi vida para poder observar las ajenas.
Me siento en lo alto de la imparcialidad desde donde se ven dos mundos contiguos que no son mezclados. Como agua y aceite. Yo callo y miro, sentada sobre mi privilegio. No puedo describir, no seré capaz de interpretar lo que veo sin teñirlo del color de mis prejuicios. Es por eso que callo. Sólo miro. Es una vida tan diferente a la mía que para lograrlo debo volver a nacer. Ser roca, árbol, antes que humana. Perder la noción del tiempo y tan solo ver la vida ocurrir a mi alrededor. Tal y como ahora hago, pero vacía de consciencia. Quizá pueda observar, cuando no tenga memoria para recordar lo que veo y sea prisionera en el presente. Cuando no me pierda entre contextos y sea única y constante mi perspectiva. Podré entonces hablar, describir y entender todo cuanto veo. Cada movimiento y su brisa. Cada detalle, serán miles.
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